Reseña del libro "Arte sonoro: una indisciplina" de José Iges por el poeta sonoro italiano Enzo Minarelli

6 de mayo 2023

Una indisciplina muy disciplinada

El autor  (José Igeses el clásico hombre adecuado en el lugar indicado, dirigió el programa Ars Sonora con Francisco Felipe para Radio Nacional Dos de España desde 1985 hasta 2008, y fue en tal función como le conocí cuando en 1992 me encargó una obra para emitir en el programa Ciudades Invisibles (dedicado a Italo Calvino), un poema que estrené en el edificio del Instituto Italiano de Cultura de Madrid. No sólo es un divulgador empedernido, sino también un artista consagrado, que firma obras de arte sonoro a dúo con Concha Jerez o en solitario. Todo ello para reiterar que el Arte Sonoro él lo ha visto crecer. Es cierto que el término ya flotaba en el aire desde los años sesenta, pienso en Cage o en Pierre Schaeffer, pero no es menos cierto que sólo la crucial transición entre la era analógica y la digital, digamos aproximadamente en los años ochenta, sancionó su indiscutible afirmación.

El libro en cuestión, muy voluminoso, más de 300 páginas repletas de nombres, obras y sobre todo agudas reflexiones, abarca un periodo muy amplio, desde la segunda mitad del siglo pasado hasta nuestros días. Está escrito con gracia, con un apreciable sentido de auto burla que le permite avanzar página tras página, llevando de la mano al lector, incluso a los no familiarizados con el tema, sometiéndole a dudas y certezas, a veces a un aluvión de preguntas, a veces sin dar respuesta porque el autor espera que sea el propio lector quien se la dé. La primera razón que le impulsa a escribirlo es totalmente legítima: cree, y yo con él, que todas las experiencias que cuenta bajo el amplio paraguas de Arte Sonoro (música concreta, electrónica, poesía sonora, audioarte, arte sonoro, etc.) están destinadas a desaparecer, así que para evitar que caigan en el olvido, ha decidido plasmarlas por escrito de una vez por todas. Este temor está justificado porque se trata de un tema aleatorio, impalpable, "poroso", por utilizar un adjetivo recogido durante la lectura, por lo tanto, evasivo, algo que sólo podemos escuchar, nunca tocar ni ver salvo mediante un espectrógrafo. A diferencia del arte, que después de Duchamp evolucionó hacia el arte conceptual, dejando al margen el aspecto retiniano, en el arte sonoro nunca nos hemos desprendido del sistema coclear, sin el cual no podemos acceder al milagro de la escucha. 

El arte sonoro debe entenderse como un tipo de investigación desvinculada de la esfera musical, "ontológicamente independiente de la música", ha sentenciado con razón Javier Maderuelo, en la que la diferencia entre los distintos géneros queda casi, si no completamente, anulada. Se podría discutir largamente sobre el uso de la terminología adoptada porque hay quien rechaza la mencionada definición, ça va sans dire, que incluso el mínimo uso de sonoridades, no musicales por supuesto, es suficiente para caer bajo esa etiqueta. Esta reticencia me recuerda a aquellos, afortunadamente pocos, que si bien se oponen a mi Polipoesía de hecho no sólo la practican, quizás sin darse cuenta, sino que sobre todo participan en festivales o eventos abiertamente inspirados en dicha teoría.

El arte sonoro, y con él la poesía sonora, o la misma polipoesía, o la sound art se apoyan abiertamente en el aspecto de la "auralidad", ésta es su esencia insustituible, el llamado motor primordial del que todo depende. Entonces, ¿por qué, recurriendo a una pregunta trabalenguas, el Arte Sonoro se redescubre a sí mismo como algo que es más indisciplinar que interdisciplinar? Digo enseguida que el rasgo indisciplinado no se refiere en absoluto al artista o al poeta porque si hay una característica común a sus obras es la rigurosidad, donde todo tiene que encajar a la perfección, véase lo que yo llamo el patrón de ejecución. La indisciplina subyace en la falta de referencias tanto críticas como escolásticas, en el trasfondo sociopolítico, en ciertas hegemonías culturales que dividen la producción actual en central y periférica. De hecho, muchas veces al carecer de la presencia de las instituciones, lo que sucede es que el artista se convierte en comisario con resultados deletéreos mucho más allá del nefasto binomio centro-periferia. Si la premisa es "reducir la distancia entre representación y realidad" (Felipe Lagos Rojas), el autor se apoya en las enseñanzas de tres grandes, los citados Cage y Schaeffer más Raymond Murray Schafer, como guías supremos para organizar la casi infinita multiplicidad de sonidos que percibe la realidad física sin descuidar las aportaciones de los poetas sonoros.

José Iges, Arte Sonoro: Una Indisciplina, Ciudad de México, Exit, 2022. 

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